miércoles, 9 de noviembre de 2011

Paciencia, tesón, cuidado y amor y...Todo llega.


El sábado visité la Fundación Sales, una Fundación dedicada al cultivo y cuidado de un sinfín de flora de diversas partes del mundo, que nada más entrar hace que te sientas en un rincón mágico, especial, como si la esencia de su fundador siguiese impregnando cada estancia y te acompañase en ese sendero empedrado y en esas perfectamente adornadas galerías.

Reflexionando sobre eso se me ocurrió que, antes de comenzar mi particular proceso de convertirme en “persona” (y no hablo del significado etimológico de la palabra, es decir, para mí convertirme en persona refiere ser persona de calidad, de verdad, de corazón, sin disfraces ni tapujos, es decir, a la inversa que el origen de la propia palabra que remite al teatro griego y a las máscaras que en él se utilizaban para actuar frente a los demás) es decir, antes de iniciar mi particular viaje a Ítaca, en mi casa no había plantas, ni una, nada, ni rastro de vida más allá de mi respiración y de mis propios latidos. Sin embargo, tan pronto comenzó a poblarse mi casa de literatura varia, como de seres vivos que me hacen recordar que cuento con compañía cada día.

El caso es que con las plantas ocurre un acto curioso: tienes una planta en casa, la nutres, la riegas, le expones al sol para que tome alimento, la cuidas y le hablas (eso yo, no sé si todo el mundo practica el mismo gesto de locura) y de pronto, un día te despiertas y aquella amalgama de hojas tiene...una flor! Ese día sucede algo mágico, algo que no se pude describir con palabras, hay que sentirlo, es como si de pronto de la masa alquímica del plomo naciese inesperadamente el oro..y brilla, y está ahí, un regalo para tu vista y para tus sentidos…pero tú no has hecho absolutamente nada, más que brindarle a la planta el cuidado necesario para su seguridad, crecimiento y supervivencia, me refiero, no has creado esa flor, esa flor nació como resultado de un conjunto de actos, adicionados a la semilla de la propia planta.

Sucede igual en la vida…te pasas miles de momentos queriendo hacer el bien, demostrando que estás enteramente dispuesto a asumir el reto de obtener la mejor versión de ti mismo, esa versión donde todo en ti es eterno y no efímero, donde todo es conciencia, seguridad, fe…y nada sucede..o más bien al contrario, lo que se sucede son una serie de actos y situaciones caóticas que te hacen dudar y plantearte en un sinnúmero de ocasiones si no sería mejor recular, volver al “personaje”, claudicar de la aventura y ponerse de nuevo la máscara para seguir actuando en un mundo que no parece comulgar con tus principios…y, de pronto, un día, una conversación, un gesto, te sacan de tu letargo y te confirman (aún cuando no resulte imprescindible ni necesario) que vas en la senda correcta..una palabra de agradecimiento, un consejo enviado desde el más profundo cariño, una crítica constructiva o una alabanza a tu labor y, ahí, tu mundo y tu faro vuelven a recobrar sentido…al igual que la planta..la semilla está ahí, la rosa va a acabar brillando y saliendo a la luz, pero antes, son necesarias épocas áridas, épocas de cuidar la esperanza y de cultivar buenos hábitos y nutrir la tierra con buenos abonos para que así, más tarde, florezca el fruto. Si le das tiempo, cariño y cuidado, ese fruto acaba asomando y el día que eso sucede, frente a tu flor, no puedes más que sentir una explosión de gratitud por haber sido capaz de seguir alimentando tu fe a pesar de las críticas y de las desavenencias. Ese día, tu gratitud y tu alegría es tan inmensa que no puedes guardarla en tu pecho y te pide que salgas, lo cuentes, lo grites, lo vivas..ese día, tenlo por seguro, con paciencia, dedicación, fe y cuidado, SIEMPRE LLEGA.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

"Recuperando" el pasado



Hay un extracto del libro de Florence Scovel Shinn que narra la historia de una mujer que, encandilada con el recuerdo de su baile de graduación del instituto, decide viajar a la ciudad donde en su día se celebró el baile y buscar a las personas que a él asistieron para ir todos juntos de nuevo al baile, y recordar así viejos tiempos.





En esa historia se cuenta que cuando la mujer llega al instituto su gran recuerdo se desvanece, para ella, era un edificio colosal, con una pista de baile increíble y con una orquesta estupenda…cuando llega allí el edificio parece mucho más pequeño, lo que antaño era una bonita pista de baile ahora no puede dejar de parecerle tan sólo el gimnasio adornado con cuatro guirnaldas y la gente…bueno, todas aquellas personas habían cambiado mucho, algunos ni la recordaban…se fue de allí sintiéndose muy frustrada y culpándose por haber sido tan idiota de guardar aquel recuerdo tan bonito en su memoria.




Sin embargo, lo que esta mujer no percibió es la enseñanza: los recuerdos están ahí, forman parte de nosotros y de nuestra memoria, y así debe ser, pero no justifican que queramos repetir la historia, porque esa historia sucedió y murió y por más que nos empeñemos nunca volverá a ser la misma.




Sucede lo mismo con muchas relaciones, con las personas, con los sentimientos y emociones.. a veces guardamos un bonito recuerdo de algo o de alguien y pretendemos recuperarlo, buscamos a esa persona y pedimos una segunda (o tercera) oportunidad.





Sin embargo, todo aquello que antes era (o parecía) maravilloso se desdibuja cuando intentamos llevarlo a la práctica, en la realidad lo maravilloso se desvanece y entonces, nos sentimos todavía más frustrados porque no somos capaces de repetir aquello que en otro tiempo nos hizo tan feliz, sin darnos cuenta de que eso, es, sencillamente, imposible.



Nos movemos hacia persona o situaciones que nos aportan cosas en determinados momentos de la vida y cuado la enseñanza ha concluido, es tiempo, por duro que resulte, de decir adiós. A los humanos en general nos cuesta horrores aceptar ese adiós y atesoramos miles de momentos en nuestra mente y en nuestras entrañas y justificamos constantemente el no abandonar una situación porque nos aferramos con tanta fuerza a lo conocido que afrontar el nuevo y desconocido camino da pánico.




No sé si alguna vez en la vida, tras atravesar muchas puertas desconocidas, ese miedo a lo nuevo logre disiparse, lo que sí sé, y eso lo constato cada día, que merece la pena abrir esa puerta. Aunque sean puertas pequeñas y cambios insignificantes, merece la pena abrirla y decirle sí a la vida dejando atrás todo aquello que en su día nos hizo creernos tan felices.




Meditando sobre esto, y tal y como viene sucediendo en mi vida desde hace unos años, leí en el blog de Paulo Coelho la siguiente frase : “Close some doors. Not because of pride, but because that no longer fits your life” “Cierra algunas puertas. No por orgullo, sino porque ya no encajan en tu vida”. Qué cierto.






FOTO: La foto la tomó mi amiga Zaira, en un viaje al interior de África. Me impactó que, en medio de rocas, pudiera nacer una flor de un color tan increíble. Me recuerda la canción "Via del campo" del compositor italiano Fabrizio de André: "dai diamante non nasce niente, dal letame nascono i fior": "de los diamantes no nace nada, del estiércol nacen las flores".